En una década en que el terror es barato y rentable, es curioso que entre tantos productos del genero haya tanto para descartar, especialmente por razones repetitivas. Es esperable entonces, que alguien de visión diferente y verdadera capacidad haga tan buena impresión. Alguién como Robert Eggers, un cineasta de talentos que simplemente no existen en el terror de estudio y presupuesto alto. La Bruja, el debut de Eggers, hace todo lo que el terror parece haber olvidado, especialmente lo básico, como ser verdadero cine, ser arte, no comportarse como una montaña rusa. Se trata de una pieza inteligente y dramáticamente capaz que se mete debajo de la piel y se aloja ahí durante un largo tiempo.
Al no ser de un producto más de estudio, La Bruja no apunta al público hundido en el terror de ruidos fuertes. Dado que, a diferencia de esas películas, este film opta por trabajar distintos temas que construyan una sensación de nervios. Al igual que muchos puntos en su argumento, los sustos en The Witch se basan en la sugestión del espectador. Eso asegura que la cinta se mantenga en el punto, que ordene sus revelaciones con inteligencia y que muestre exactamente lo que quiere mostrar. Y lo que es más importante, lo que sí muestra, lo hace de forma magistral.
Con un subtítulo muy adecuado, la película se define como “una leyenda de Nueva Inglaterra” y efectivamente se siente como una. Se sitúa en 1630, en donde una familia de siete se traslada al campo. Los ideales de la misma se centran en la palabra de la biblia, pero una fuerza maligna en el bosque pone a prueba su fe cuando una bruja secuestra a su bebe. Tras este acontecimiento, los seis parientes restantes no vuelven a ser los mismos, a medida que la negación, el duelo y el miedo los arrastran lejos de la cordura y los ponen en las garras del diablo.
Al igual que es corta, La Bruja también es muy clara en sus intenciones. A diferencia de lo que muchos entienden de su género, la película de Eggers nunca cree que asustar es un objetivo, o al menos no lo ve como una prioridad. El objetivo del director y su guion de gran lenguaje pretende explotar la vida liderada por la palabra de Dios y la naturaleza del pecado. Esos dos elementos se enfrentan dibujando una línea invisible entre los únicos dos escenarios que propone la película. Traza una línea entre la granja de la familia protagonista, donde reside la palabra de Dios, y el bosque, donde el pecado consume todo lo que entra ahí.
Los elementos de terror son constantes en el cine de Eggers, pero éste los usa para avanzar la historia en vez de detenerla para introducirlos. Todo lo que aparece en pantalla tiene un propósito y hasta su falta de información es notablemente admirable. No hay demasiado para descifrar en La Bruja, sin embargo, mucho queda explicado en torno a la inteligencia y la atención del espectador, a quien se le ofrece una gran serie de escenas para analizar y discutir los elementos sugeridos por la película.
Excelentes piezas de terror recientes como The Babadook han sabido asustar con un relato narrativamente desarrollado y lleno de conceptos que superan la aparición de un espectro que atormenta a los protagonistas. En el caso de La Bruja, que sin duda se suma al mejor terror del siglo XXI, efectivamente, hay una bruja en su historia. La cinta se asegura de que el espectador vea lo que ocurre cuanto antes, para prepararlo para aquello que de verdad demanda atención: los efectos de sus planes o acciones sobre una familia sumergida en la verdad de la biblia. Bueno, de la biblia pero también del pecado, el verdadero protagonista de la película, al menos en cuanto a conceptos.
En torno al excelente reparto que lidera la película, Anya Taylor-Joy es una revelación como la joven Thomasin, la hija mayor de la familia, quien recibe diversas acusaciones por parte de sus parientes. Taylor-Joy acapara la pantalla con su fragilidad y compostura combinada, algo necesario para que la cinta funcione como lo hace, dado que el relato la elige a ella como protagonista. El resto del elenco también hace un gran trabajo, particularmente Ralph Ineson o Kate Dickie, quienes demandan mucha atención tratándose de un cine de escasos personajes y escenarios. Ambos actores interpretan a los padres en el relato y sus actuaciones son extremadamente memorables. Al igual que todo en el film, las actuaciones son memorables y se quedan grabadas en la mente cuando los momentos más difíciles se apoderan de la pantalla.
Su material es duro, sangriento y realista hasta en sus secuencias más extrañas, algo que atrapa y asusta a los espectadores que se comprometen a respetar el cine que propone Robert Eggers. Esos espectadores se llevarán unas cuantas recompensas tétricas, así como también una extensa lista de temas para desarrollar por su propia cuenta luego de los créditos finales. Representando al cine de terror, La Bruja se siente como una pieza maestra en comparación con las cintas descartables que constantemente golpean las pantallas. Sin embargo, eso no es importante, dado que estamos ante una película que no necesita pertenecer a una categoría para ser elogiada, sino que le basta con ser efectiva y genuina bajo sus propios medios, y solo con eso es capaz de ser inolvidable.