Entre otros factores, la magia de Pixar reside en personajes sinceros, dibujados con ilusiones y también con sus propios obstáculos o tragedias. Entre sus mejores protagonistas, la imagen de un pequeño pez pasa por mi mente, refiriéndome a un personaje que enamoró a millones de espectadores en Buscando a Nemo en 2003. Particularmente, si bien dicho film captó la atención inmediata con su vasto mundo acuático, no fue el protagonista del título quien conquistó los corazones.
Aquel personaje estrella resultó ser Dory, un adorable y honesto pez celeste (pez cirujano) que sufría de pérdida de memoria a corto plazo. Esa característica consiguió que una importante parte de Buscando a Nemo funcionara como lo hizo, interesada en contar el relato de personajes con específicos obstáculos. Dentro de esa fórmula tan bella y genuina, Dory acabó siendo un elemento clásico para Pixar, elemento que hoy se exprime más en la clásica fabricación de una secuela. Por supuesto, aun con sus reveces, Pixar suele ser un sinónimo de calidad incluso en sus continuaciones (no hay más que ver Toy Story 3), no obstante, su conflicto reside en encontrar una razón para continuar una historia tan perfecta.
No hay por qué ocultarlo, las razones por las que hoy (13 años más tarde) tenemos Buscando a Dory se relacionan con lo lucrativo. Para empezar, Pixar ha sacrificado su completa originalidad en tiempos recientes (excluida Intensa-Mente), para intercambiarla por productos más sencillos o ya comenzados. No por nada la alineación que ofrecerá Pixar en los próximos años incluye tres secuelas. Ahora, razones aparte, el equipo que nos trae Buscando a Dory sigue mostrando cariño por sus peces y temas creados una década atrás, y al igual que pasó con Monsters University en 2013, estamos frente a una secuela sencilla que expande innecesaria pero satisfactoriamente lo visto en la primera entrega. Es decir, no teman, Buscando a Dory no mancha el nombre de la clásica Buscando a Nemo, de hecho, le entrega un sólido reencuentro a sus seguidores.
Creo que la cima de Pixar en cuanto a continuaciones siempre será la excelente Toy Story 3, y si bien no estamos ante algo así con Dory, la película toma prestados varios puntos de ella. Básicamente, lo que nos ofrece Andrew Stanton (Buscando a Nemo, John Carter) recicla momentos y sensaciones de Toy Story 3 y de Buscando a Nemo a medida que cuenta los orígenes de Dory. Los mismos aparecen en torno a una nueva búsqueda, la de sus padres perdidos, a quienes, en contra de todo pronóstico, ella logra recordar brevemente.
Buscando a Dory camina entre ser una secuela y una precuela, y si bien usa mucho de su predecesora, el film es capaz de formar algo propio a medida que avanza, introduce personajes y enseña su verdadera locación. Tras pasar un tiempo en el océano, la cinta pronto nos lleva a una clínica de cuidado para peces, en donde Dory, seguida de sus amigos Marlin y Nemo, se dispone a buscar respuestas de su pasado que puedan llevarla a su familia. La clínica como locación principal es algo fresco para esta segunda entrega, golpeando al espectador con una curva que no espera debido a una campaña de marketing algo plana. Lo cierto es que nunca fue plana, sino que estaba encargada de vender un film sencillo que cambia sorpresas por un par de momentos emotivos y secuencias de magnifica animación.
Narrativamente, incluso desde su inicio, es posible notar el tipo de peso emotivo al que apunta esta película. Definitivamente se trata de un peso menor en comparación con Nemo, pero eso no detiene al relato de entretener y hacer que nuestros ojos se humedezcan un poco. Eso último es algo que hemos aprendido a esperar por parte de Pixar, y es casi obvio que la película intente emocionarnos con su búsqueda de un hogar perdido. Todo es bastante elemental en Buscando a Dory, pero eso no hace que el resultado sea menos disfrutable o humorístico, sabiendo cómo unir risas y llantos en un solo paquete. El paquete tradicional de Pixar si me preguntan, y refiriéndome a él, digamos que vemos una representación ligera del mismo en esta ocasión.
Continuar las aventuras de sus personajes es un acierto para el guion de Andrew Stanton, ya que Dory es alguien que el público aprecia y apoya, algo esencial para que el film se comporte de forma simple. La protagonista y sus fieles compañeros no son los únicos que encantan y, de hecho, la mayoría de los personajes en la secuela son nuevos. Al reparto de carismáticas criaturas del mar se suman una beluga, un tiburón ballena y el genial Hank, un pulpo solitario y enfadado que se suma a Dory en su búsqueda. Hank es uno de los puntos altos en la secuela, la cual lo usa para gran efecto en todos los aspectos. La animación del pulpo en sí es fascinante, su personalidad divierte y él incluso suma interés emocional durante el tercer acto.
Habiendo mencionado la fragilidad de sus personajes, Pixar vuelve a defender su buena reputación al darle a la protagonista una bella, aunque incensaría, conclusión. Si no se espera la grandeza de Wall-E, Up o Intensa-Mente entonces Buscando a Dory debería ser un genuino paseo por el mar para cualquier seguidor de Dory, Marlin y Nemo. De ninguna manera es el tipo de secuela clásica e inolvidable que merece la espera de 13 años, sin embargo, propuesta de la nada y exprimiendo una historia querida, de verdad hace mucho con su necesidad nula. Nos ofrece una sensación cálida debajo del mar, en donde volvemos a encontrarnos con personajes que extrañábamos y que, para bien o para mal, nunca pensamos en volver a ver. Bueno, han vuelto, y su visita es bienvenida.