Sobre pacifismo y valor, Hasta el Último Hombre es efectiva y cuenta con un trato técnico excepcional, solo que debería esforzarse más en algunas áreas. Especialmente con el tipo de relato que se dispone a contar.
Hay un importante conflicto que le impide a Hacksaw Ridge ser la poderosa película que desea con sus aportes sobre pacifismo, valentía y religión. Enmarcando esos elementos en un ambiente bélico con la historia del soldado Desmond Doss, el director Mel Gibson realiza un retorno de triunfalismo cuestionable, admirando como su excepcional técnica también es capaz de perder el control frente a la delicadeza de la narración. A favor del realismo, Gibson transforma los valores de Doss en algo difícil de procesar, experimentando decisiones drásticas que cautivan pero además sabotean momentáneamente los cimientos de toda una producción. La producción más violenta y brutal del 2016, que irónicamente se define por defender el pacifismo.
Interpretado por un comprometido Andrew Garfield, Desmond Doss fue un soldado estadounidense muy particular durante la Segunda Guerra Mundial, que sirvió en Japón en 1945. Su particularidad se debió a sus principios como pacifista y devoto cristiano, que lo condujeron a la guerra con el deber por delante, siempre y cuando no tuviera que tocar un arma o asesinar a nadie. Interesado en salvar vidas en vez de quitarlas, Doss fue un médico en el campo de guerra y se unió a un escuadrón que lo creía cobarde. Sin embargo, no podían estar más equivocados al verlo convertirse en una insignia de las batallas en las que participó.
La historia de Doss se define por esos hechos, que sumados a más desarrollo completan el relato que se propone Hacksaw Ridge. Revelar los planes del film no lo estropean, pudiendo limitar al mismo como una especie de experiencia en vez de un biopic habitual. No por completo, pero es evidente que Gibson filmó con la intención de que el espectador sintiera la inmediatez y el horror de la guerra. Algo en lo que se destaca como nadie, y también hace tambalear a una cinta dramática de 140 minutos.
La película es cómplice de un conflicto de intenciones, porque sus mensajes de pacifismo y religión empiezan a ser enterrados luego del primer disparo. Antes del mismo, la película es muy directa y se define por técnicas de un cine biográfico y televisivo. Eso no suele ser recomendable, pero la historia de Doss apasiona lo suficiente como para olvidar cierta falta de interés detrás de cámara. No obstante, mientras la película avanza, el interés técnico es evidente, creciendo hacia su cima: la batalla de Okinawa. El evento al que los protagonistas entran bajo terror y se encuentran cara a cara con el infierno.
La ejecución de Gibson durante las secuencias de guerra es única y memorablemente violenta. Eso no la descarta de inmediato, ya que hay razones para ensangrentar la pantalla. Si algo quiere dejar claro Hasta el Último Hombre es que la guerra no es ningún paseo por el parque, es la absoluta definición de ir al infierno con el boleto de ida pero no de vuelta. Y para demostrar eso, Gibson se ve obligado a sacar su lado más mórbido, optando por mostrar decenas de muertes perfectamente orquestadas y cargadas de violencia sin respiros. Es difícil experimentar las escenas en el campo de batalla sin mover un musculo, dado que los disparos no dan cuartel. Ver algo así es técnicamente brillante y el exceso es lógico, sin embargo, su naturaleza es capaz de mover la atención del espectador. Inclusive con una hora junto a Desmond Doss, la batalla de Okinawa exige su propia atención, suficiente como para que todo lo demás pierda importancia. En medio del caos, el enfrentamiento me atrapó profundamente, pero tras varias muertes y explosiones terminé preguntándome sobre el paradero de Doss, quien desaparece entre las descomunales exposiciones bélicas.
La tensión de la guerra es indudable, pero logra que el hechizo se rompa, y preguntarse dónde está Desmond es el inicio. Cuando el personaje eventualmente regresa a la pantalla, las cuestiones se vuelven más amplias, referentes a dónde reside la sensibilidad de Hacksaw Ridge. El realismo es necesario y a la vez extenso, consiguiendo que el balance no resulte correcto. Por eso la violencia parece estar actuando de forma hipócrita con todo lo que el relato simboliza. La sangre expande el poder e importancia de lo que Doss realizó en el campo de batalla, por lo que hay razón para fabricar tanto caos. El problema es que Gibson no encuentra el límite de su excelente técnica, y como resultado, toda la producción deja de ser la misma a mitad de camino. Que eso signifique algo bueno o malo para el film estará en cómo conecte con el espectador.
Por más suene así, lo nuevo de Gibson no muere a mano de sus ambiguas sensibilidades, porque la razón de que se confundan proviene de una gran habilidad detrás de la cámara. Creo que sus escenas bélicas son algunas de las más impactantes y mejor ejecutadas, y hasta merecen ser vistas por sí solas. El único altercado es que parecen pertenecer a otro film, o quizá solo entonarían mejor en otro lado. En donde sea, la técnica de Gibson continuaría siendo innegable.
Si la tomáramos como una producción sobre valentía y nada más, funcionaria mejor. Solo que en mi mente, es difícil relacionar a Desmond Doss con algo por encima de sus decisiones pacifistas. De esta manera se crean dificultades en la nueva experiencia de Mel Gibson, quien mantiene la intensidad una década después de su último esfuerzo como director. Lamentablemente, Hacksaw Ridge necesita algo más que intensidad, y por eso no alcanza todos sus objetivos entre un inicio leve y una segunda mitad tan efectiva como confusa. Cuando concluye es difícil no recordar el campo de batalla como el mejor factor de la película, y eso perpleja, tratándose de la historia de un defensor de la paz en tiempos violentos. Dicho eso, Hasta el Último Hombre tiene aspectos muy memorables, no hay forma de evitarlo, al igual que tampoco resulta fácil evadir su esencia problemática pero recomendable.