Crítica | Cincuenta Sombras Más Oscuras (2017)

Manteniendo la calidad de su predecesora, la secuela desafía los parámetros de la trivialidad y convierte lo mediocre en un monótono puñado de factores tanto cómicos como irritantes.

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Hace dos años, la primera entrega de Cincuenta Sombras de Grey irrumpió en cines bajo el apoyo del público, acumulando toneladas de entradas vendidas y ofreciendo una historia de amor ideada para adultos. Exactamente dos años atrás, yo me expuse a ese lamentable espectáculo, adquiriendo una triste revelación sobre el estado de la literatura contemporánea; comprendiendo la terrible naturaleza del material que hoy se denomina como bestseller. Ese material escrito por la autora E.L. James hundió cualquier posibilidad de ver algo decente en aquella primera adaptación, ya que la misma siempre estaría regida por un relato de características atroces. La misma balada de errores suena sobre Cincuenta Sombras Más Oscuras, la primera secuela al éxito de 2015 y una película nefasta por nuevas razones.

No es fácil determinar cual de las dos entregas en la anunciada trilogía carga con la peor calidad, dado que ambas cuentan con diferentes tipos de irritante mediocridad. La primera propuesta se introdujo con la promesa de un romance anclado a practicas sadomasoquistas, un pretexto que pronto mostró sus verdaderos colores. La inclusión de practicas sexuales menos ortodoxas demostró un pésimo entendimiento de las mismas, incluyéndolas al rededor de una trama romántica ignorante y alejada del filo prometido. La secuela retoma todos esos errores, solo que disminuye la supuesta inclusión del atrevimiento, reuniéndonos con los dos protagonistas, Anastasia Steele (Dakota Johnson) y Christian Grey (Jamie Dornan), en medio de su ruptura como pareja. Una tensa ruptura que aparentemente tiene fácil enmienda, al verlos retomar su relación minutos después de comenzar el film. Esa reconciliación se presenta en torno a un pacto de pareja: no más reglas, no más castigos, no más secretos. Todos hechos relacionados con Grey, quien aun mantiene su mentalidad controladora y reservada frente a Anastasia.

La reconciliación es lo que manda como argumento en Cincuenta Sombras Más Oscuras. Al menos lo asumo porque es imposible subrayar otra trama como núcleo central, presenciando como todas ellas entran y salen de la pantalla en cuestión de minutos. Queriendo catalogarse como un drama erótico, la nueva etapa entre Steele y Grey abandona las practicas sexuales que pusieron a la primera cinta en el mapa, y las intercambia por secuencias de sexo absolutamente intrascendentes y monótonas. Es decir, similares a las filmadas en Cincuenta Sombras de Grey. Ocasionalmente, la historia recuerda que debe retomar cierta parte del sadomasoquismo, y así introduce momentos de supuesta osadía que suman todavía más trivialidad a toda la producción. El sexo no significa nada en esta secuela perdida, y cada momento intimo acumula frustraciones, al ver como el pasaje de esas escenas nunca avanza la narración.

Es imposible defender la relación de los protagonistas como algo de suficiente peso como para orquestar toda una película. Por lo tanto, la pareja recibe tramas minúsculas que justifiquen la duración, un abanico de problemas con magnitudes ridículas. Algunos ejemplos son la aparición de una antigua sumisa de Grey, la introducción de su mentora sexual, y una cómica situación centrada en un helicóptero. Ésta última, que llega sobre el tercer acto, es la perfecta ilustración de como el film camina sin rumbo con una calidad extremadamente baja y la misma mentalidad infantil. Todo mientras pretende imponerse como el cine romántico de adultos, como la película madura solo por incluir una serie de desnudos. Esos problemas están calcados entre una entrega y la otra.

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El incoherente título de Cincuenta Sombras Más Oscuras parece aludir al pasado que Grey esconde. La primera escena nos sugiere que comprenderemos la forma en que Christian Grey llegó a ser como es, aunque, como podrán sospechar, ese es otro factor abandonado por el relato. La nueva relación de los protagonistas se construye sobre el fin de las reglas, los castigos y los secretos, y nada de eso se cumple. Algo que debilita más al personaje de Anastasia y convierte a Grey en alguien aún más odioso. Esos secretos nunca son revelados, las reglas toman otra ruta y el castigo parece ser la forma en que Grey ejerce completo control sobre Anastasia. Esto lleva a un nivel de abuso que roza la incomodidad, siendo un tipo de dominación que no pretende ser profunda, interesante o tensa, sino que contagia carcajadas y furias al presenciar la clase de trato promovido por esta película. Trato que nada tiene que ver con practicas sexuales. No, eso ya quedo en el pasado, y ahora somos testigos de la verdadera forma de dominación a la que esta historia refiere y enseña sin ninguna responsabilidad.

El mayor conflicto de esta serie son y siempre serán los protagonistas. Por culpa de ellos, su relación sugiere una aprobación por parte del film, y esa defensa del control sobre una mujer no es sana. Una vez más, esto no refiere al sexo y el sadomasoquismo, especialmente porque esos factores ya no forman parte de la historia. Estarán incluidos a la fuerza, pero ninguno tiene un rol en lo toxico de la relación. El hecho está en que el personaje de Grey trata a Anastasia como su propiedad, y ella complace cada una de sus ordenes. Ésto seriviria como conflicto a explorar en una película seria y madura, no en una telenovela de dos horas que ni siquiera comprende lo que está haciendo. La situación es tan grave que Cincuenta Sombras Más Oscuras pretende ser un film con una protagonista fuerte e independiente. Pueden imaginar que eso rebota en contra y se convierte en algo mucho más problemático de lo que ya es.

Para que se comprenda, esta secuela ofrece un episodio que debe llegar al extremo de usar a un violador como la competencia de Christian Grey. Exactamente, de un instante a otro, la cinta convierte a un segundo interés romántico en un abusador sexual para que aquel que ejerce la dominación parezca un príncipe azul. Al menos esa es la sensación que desprende esta historia, viendo a Anastasia permitiendo lo que sea y declarando que no es una sumisa. De hecho, eso fue lo concluido por Cincuenta Sombras de Grey, pero aun así, aquí estamos, con una relación toxica e incoherente a base de una de las peores parejas que ha visto el cine.

Intentando dejar de lado los percances más odiosos y serios, Cincuenta Sombras Más Oscuras es una película deficiente, intrascendente y accidentalmente cómica, que parece esforzarse para salir perdiendo. Como ejemplo, la banda sonora de Danny Elfman ilustra eso con su ausencia, debido a que la cinta prefiere usar canciones para amenizar sus secuencias en vez de orquestarlas. Es así que cada momento sexual se vuelve aun más superfluo, viéndolo al sonido de la canción de turno. Ese sexo es monótono, lo que se adhiere al resto de la película, inyectando argumentos sin aportes y de resolución inmediata. Esta pésima secuela copia los errores de la primera entrega. Y no vienen solos, encontrando un nuevo nivel de aburrimiento, incoherencia y mentalidad perdida entre mares de sexo sin razón y el triste pensamiento de que esto es cine para adultos. La adultez conlleva un grado de madurez que esta serie no conoce, al punto en que ni siquiera entiende que es exactamente lo que está haciendo. Por eso es difícil tildarla de conflictiva o machista, porque ser tan infantil y tonta la posiciona con el beneficio de la duda. Sin embargo, dudar de sus intenciones no mejora lo catastrófico de este producto, cuyo mayor éxito se traduce a la capacidad de poder ser lo peor y algo nulo al mismo tiempo, una cualidad que ni la sombra más oscura es capaz de ocultar.

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