Crítica | El Sereno (2017)

La sólida técnica de El Sereno no es capaz de rescatar la fallida naturaleza de su concepto.

Toparse con películas como El Sereno en nuestras salas es un golpe de aire fresco, tratándose de cine uruguayo coqueteando con géneros más convencionales, buscando entregar una paciencia que puede transformar a un simple relato de suspenso psicológico en algo más preciado. Esa fue la concepción positiva con la que me acerqué a este nuevo proyecto de Oscar Estévez y Joaquín Mauad, que sin dudas es valiente y tiene técnica, pero nunca deja de ser una perdida de tiempo, especialmente cuando la predecible conclusión confirma ese hecho. Sin importar el cuidado visual, no hay nada que rescate a El Sereno de sí misma, saboteando todo lo que muestra con una idea que no funciona y un puñado de personajes por los que es difícil preocuparse.

La película se centra en Fernando (Gastón Pauls), un hombre callado y agobiado a quien conocemos a punto de comenzar un nuevo trabajo, ser el sereno de un laberíntico almacén. Desde que le enseñan las instalaciones, el nuevo sereno sospecha de los espacios, perdiéndose y viviendo extrañas experiencias relacionadas con su propia vida. Esa es la premisa básica que explica el funcionamiento de El Sereno, el conocer a Fernando a través de sus siniestros encuentros nocturnos, dejando claro que ni su pasado ni su presente son pacíficos. Indudablemente se trata de un procedimiento curioso, pero no por eso menos atractivo, el percance es que la justificación hiere a la experiencia, transformándola en algo especialmente irritante.

Imaginando la mejor versión de sí misma, El Sereno trabaja como un estudio de Fernando, cuyas características se despliegan mediante las secuencias de tensión. Éstas sirven de catarsis para el protagonista, y a su vez proponen una dinámica de suspenso que tienen el deber de entusiasmar al espectador. Realmente es una labor, ya que al superar su problemática idea central, lo que queda es narrar un relato que agasaje a la audiencia desde un punto audiovisual. Eso ocurre en algunas escenas, gracias al cuidado técnico, que no deja a ningún ojo sin cautivar. Si bien es exasperarte ver como la mitad de las secuencias tardan minutos innecesarios en tomar forma, los remates muestran algún tipo de valor visual que al menos mantienen la atención. No todos son memorables, sin embargo, es difícil olvidar lo mejor, cuya manifestación es innegable durante una escena especifica sobre un pasillo lleno de obstáculos. Las acciones y juegos dentro del mismo son el absoluto pico del buen trato visual que tiene el film.

Creo que el mayor problema de El Sereno está en sus personajes, no solo la forma en que entran en juego, sino la falta de interés que provocan. En ningún momento se produce un deseo de desarrollo debido a que ninguno de los personajes, excepto por el protagonista, es algo más que un peón en la historia. Entonces, el protagonista pasa a ser el absoluto foco, pero un foco bastante apagado. No porque el personaje sea reservado o Gastón Pauls lo interprete con extrema tranquilidad. No, el problema es que no descubrimos nada sobre esta persona, porque en ningún momento lo llegamos a conocer. La cinta no tiene interés en darle profundidad a Fernando, solo lo entiende mediante eventos llamativos que lo caracterizan pero nunca lo convierten en alguien interesante, en alguien real. Siendo ligera en contenidos, El Sereno no logra crear interés en los personajes, de hecho, crea un misterio que se vuelve agobiante cuando no hay demasiadas apuestas, o éstas solo parecen imaginarias. Como espectador, es sencillo desconectarse de los hechos, y la película sufre un efecto similar cuando deja en evidencia que sus 90 minutos no aportarán prácticamente nada, explicando factores de alguien a quien nunca llegamos a conocer.

Si uno vislumbra la salida a la que apunta el film, entonces es probable que se pregunte sobre las razones de su dirección. De hecho, todas las preguntas que me hago sobre El Sereno están destinadas a los motivos que tiene para narrar utilizando su curioso recurso. Sin importar lo retorcida que pueda ser su existencia, el protagonista se ve obligado a enseñarse de forma extraña porque no sería nada por sí solo. No importa el horror con el que se describa a Fernando, él nunca ofrece interés porque un personaje es más que solo hechos. Y eso es todo lo que hay en El Sereno si analizamos su estrategia. Construye una película de suspenso y misterio alrededor de algo que no funciona, porque su protagonista es bidimensional y presenta esa característica de forma críptica, creyendo que eso hará el trabajo. Con eso no basta, y todo empeora cuando lo críptico finalmente propone una respuesta. Ese es el peor de sus pecados, aunque nunca es el único que garantiza los problemas.

Concluyendo con un vacio narrativo y una falta de tensión, es una pena que toda la técnica y el buen elenco (César Troncoso ofrece otra participación memorable) se pierdan en una propuesta que no reúne los factores que se requieren para atrapar el espectador. Es evidente que la atmósfera amenazante busca formarse, ya que hasta los planos del almacén abandonado mantienen la atención durante un tercio de la cinta. No obstante, sin recompensas para esa atención, es difícil aferrarse a los esfuerzos de esta producción, cuyo talento técnico marca excelentes logros mientras que sus ideas castigan todo el potencial.

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