Lo predecible y lo no explorado estropean una producción que podría apuntar más alto
Quizá viva debajo de una piedra, o no, en cualquier caso, no tengo idea de que tan grande fue la novela Los Padecientes cuando fue publicada en 2010. El libro de Gabriel Rolón logró vender más de 100 mil ejemplares, por lo que su éxito estaba comprobado, sin embargo, una nueva adaptación cinematográfica llega para terminar de establecer esa fama. Eso está claro, dado que aquí estoy, intentando comprender el grado de sensación de otra novela. Ahora, el auge de las paginas no es igual al de los fotogramas y, para bien o para mal, Los Padecientes de Nicolas Tuozzo está sola. En esa soledad, su presentación tiene una técnica admirable, una producción de calidad y las ganas de crear un misterio entretenido. Y por supuesto, también un núcleo problemático con varias aristas para diseccionar. Podrán disfrutar de este enigma, pero por favor, cuestionen su solidez, porque es demasiado fácil hacerlo.
Hay dos percances en Los Padecientes. Si bien podríamos vivir con uno de ellos, juntos son una mezcla peligrosa dentro de un argumento enfocado en resolver un crimen. La película vive y muere en los detalles de su misterioso asesinato, dónde contamos con un supuesto culpable, sospechosos adicionales y un individuo dispuesto a encontrar la verdad. El concepto de la verdad es clave, ya que el hombre buscándola, Pablo Rouviot (Benjamin Vicuña), parece estar obsesionado con la misma. Defendiendo su importancia y soltando discursos filosóficos sobre su naturaleza, la verdad define a Rouviot, el primero de los problemas.
Para empezar, la responsabilidad del protagonista no tiene que ver con la justicia. Pablo Rouviot se presenta como un psicoanalista contratado como perito de parte en un juicio de asesinato. Ese juicio es en contra de Javier Vanussi (Nicolás Francella), un joven culpado de asesinar a su exitoso padre, Roberto Vanussi (Luis Machín). Por lo tanto, Rouviot es un hombre dispuesto a hacer su trabajo, el problema es que empieza a dudar, y con esas dudas llega el peligro. Hasta ese punto todo es correcto, o funcional, pero también hay posiciones confusas. Por un lado, Rouviot carece de defectos, y por otro es un hombre que jura perseguir la verdad sin importar cual sea el costo. Los cimientos que construyen a esta persona son débiles, y colocan a nuestro protagonista en una encrucijada extremadamente difícil, haciéndolo ir en contra de sus principios de una manera mediocre. La otra cara de la moneda muestra su perfección intacta, que falla en el inicio y sigue desentonando en el tercer acto. A todo esto, digamos que la actuación de Benjamin Vicuña tampoco ayuda.
Puedo perdonar al personaje que investiga a Roberto Vanussi, porque el alma del argumento sigue siendo su homicidio. No obstante, el mismo tiene serias fugas, más molestas que el protagonista bidimencional. Los Padecientes distrae con lo que tiene, por lo que su conflicto no es un crimen argumental. Eso si, sigue conduciendo a un periodo de reflexión delicado, capaz de fabricar huecos inmediatos en la resolución obtenida. La investigación empieza desde un lado muy especifico, que causa dudas en el protagonista, y dicho elemento cuenta con una característica particular: la falta de un desenlace. El dejar una piedra tan grande sin levantar hace que todo el valor dramático se pierda. El error de Los Padecientes está en pensar que solo existe una pregunta dentro de su trama, referente a quién es el asesino. Pero se equivoca, podría haber espacio para la reflexión o para una interrogante más inteligente, solo que hay cabos sueltos que arruinan esa posibilidad.
La mayor exigencia que tengo sobre el argumento se reduce a lo predecible de la historia. Las pistas son demasiado obvias, y las revelaciones pierden su peso sabiendo el final de camino. Lo predecible tampoco es tan molesto como para arruinar la técnica que tiene la producción. Las revelaciones y momentos críticos cuentan con buenas herramientas que se apoyan en lo visual. Esto incluye un par de ideas apreciables, como por ejemplo un plano secuencia bien ejecutado. Con eso se mantiene el ritmo de los 110 minutos de duración, usando imágenes que llevan mejor la película que el propio conflicto. Entre los problemas también entran los personajes, cuyo tropiezo se reduce a los diálogos y las interpretaciones. Hay dos actuaciones convincentes en el film, y éstas les pertenecen a los secundarios Pablo Rago y Osmar Nuñez. Eso habla por sí solo. Referente a la verdad que tanto promociona la historia, ésta yace en que la producción solo puede contentarse con ser un thriller descartable. Como tal, zafa de ciertos aprietos y consigue entretener. Es una lastima que su único conflicto cuente con tantos agujeros, y al dejar la sala, será imposible olvidaros.