Crítica | Dunkerque (2017)

La décima película de Christopher Nolan presenta mares de intensidad y una dirección soberbia.

Los últimos años han ofrecido grandes piezas de cine que yo me atreví a llamar puras. Películas como las recientes Gravedad de Alfonso Cuarón, El Renacido de Alejandro González Iñarritú o Mad Max: Furia en el Camino son obras que definen el poder audiovisual; el poder de los sentidos, de la comprensión a través de acciones. En estas películas, lo único que pasa a un segundo plano es el dialogo, la palabra para describir estos mundos repletos de interacción, narradores de historias a través de los hechos que se desencadenan frente a nosotros. Lo curioso de estos films (más allá de que uno supere a otro) es que deberían presentarse como experiencias, eventos en los que el espectador vive el cine que ve en pantalla, obras de una pureza cinematográfica que supera a las palabras.

Esa pureza está derramada sobre el décimo largometraje del ingles Christopher Nolan, película con la que termina de graduarse como un absoluto maestro detrás de la cámara, interesado en la experiencia de aquel sentado en la butaca. Conociéndolo mejor que a nadie, el cineasta le entrega un proyecto perfecto a raíz de cada concepto o género. En el caso de Dunkerque, Nolan opta por tomar la conocida ruta bélica, y con ella encuentra una clase de frescura e intensidad que parecía olvidada con el paso del tiempo. Se trata de una experiencia que transporta con sus simples acciones, con los movimientos que ya hemos visto cientos de veces sobre un campo de batalla. Aunque dicho eso, Dunkerque no ofrece cualquier campo, el suyo tiene la habilidad de contagiar el sacrificio y la desesperación de los más valientes en su hora más aterradora. Puede que haya actos más o menos heroicos en este relato, pero todos son realizados por las mismas personas: sobrevivientes. Sobrevivientes incluso antes de morir, sobrevivientes aterrados, sobrevivientes dispuestos a salvar a los demás. Nolan idea una película de guerra centrada en uno de los mayores instintos humanos. La supervivencia.

Antes de evaluar la perfección técnica que prácticamente hace al film, es necesario mencionar el pienso que existe detrás de esta pieza bélica. La falta de dialogo no interfiere por pereza, sino que demuestra una clara elección. Con no más de 100 lineas, el relato pretende compartir los sentimientos de los soldados británicos condenados sobre la costa de Dunkerque, Francia en 1940, Segunda Guerra Mundial. Su destino estaba sellado cuando el ejercito Alemán los enfrentó frente al mar, dónde el dolor provino del peligro y del saber que su propia casa estaba a unos pocos kilómetros de su posición. Esa desesperación por evitar el sombrío desenlace es lo que traduce Nolan en su propuesta, valorando las acciones de una decena de personajes desplegados por toda la zona bélica. Soldados valientes y asustados, capitanes, hombres corrientes, pilotos; cada quién ofrece un punto de vista, y en esas reacciones está la búsqueda de Nolan, definiendo protagonistas a base de puras acciones. Parece una decisión fría y extremadamente arriesgada, solo que no lo es. La película presenta personas creíbles de las que es fácil encariñarse al compartir todo lo que sienten.

Como lo hizo en Inception con sus sueños en paralelo, o en Memento con su historia en reversa, Nolan encuentra una forma muy ingeniosa de sacarle jugo a su tablero. Él se divierte con el tiempo sin necesidad de muchas explicaciones. La película introduce sus tres partes principales, la playa, la cabina de un avión y el barco de un británico corriente, y explica como contará sus narraciones a nivel temporal: una semana, un día y una hora en simultaneo. Inicialmente suena confuso, pero una vez que la cinta trabaja en paralelo con los distintos momentos, todo adquiere un aire de efectividad muy supervisada. Además de su importancia en narración, el tiempo se ve en otros espacios de Dunkerque. La carrera contra el tiempo protagoniza el argumento, y también orquesta un aspecto técnico esencial

La música de Hans Zimmer reproduce el sonido de un reloj de agujas y lo convierte en un himno a la intensidad, ya que su música es protagonista en todo momento. Cada secuencia gana más fuerza gracias a sus composiciones, cuyo ritmo se entrelaza con el impactante trabajo de sonido. Efectivamente, solo el sonido es una razón para ver en esta película en una sala de cine. Siempre y cuando sea la más ruidosa posible. Cada disparo retumba con decisión y consigue erizar la piel desde el comienzo. Un tiroteo sobre las calles francesas inaugura la experiencia, y es fácil decir que el sonido es lo primero a registrar. Aunque, pasados esos minutos, uno nota que ese hecho inicial no es más que una pizca de la magia técnica que presenta esta película.

Luego de que Nolan dejara de trabajar con el director de fotografía Wally Pfister, el suizo Hoyte Van Hoytema pasó a remplazarlo. Hizo un trabajo muy diferente con Interestelar y presenta el mismo estilo para Dunkerque. Bajo el lente de Hoytema, todo cuenta con un aspecto de realidad sobria, lo cual influye en la conexión que tenemos con las múltiples escenas de acción. Todos los planos parecen prácticos, por lo que es imposible no sentir el impacto de cada golpe recibido por las almas condenadas en la playa protagonista. Sobre esas almas, la dirección del elenco es admirable, ya que ningún actor carga con la batuta de principio a fin. Cada interprete es parte de una pequeña viñeta, y el ser efectivo recae en los hombros de cada uno. No es como que los diálogos puedan salvar actuaciones, dado que las lineas son escasas. Por lo tanto, lograr que los personajes sean efectivos requiere de una capacidad doble. Las actuaciones más memorables le pertenecen a Mark Rylance, Cillian Murphy, Aneurin Barnard y, sorprendentemente, Harry Styles.

La filmografía de Christopher Nolan es intachable. Aunque, durante un tiempo, la habilidad de este director supo estar eclipsada por su gran estrategia en cuanto a conceptos y narraciones. Su habilidad como director nunca estuvo en duda, sin embargo, con Dunkirk (su libreto más corto), la dirección pasa a primer plano. Y de frente a todos, Nolan fabrica otra excelente obra, completamente separado de los conceptos ingeniosos que lo llevaron hasta este punto. El cineasta ingles toma un camino habitual y lo recorre con sus herramientas clásicas, vertiendo la inteligencia sobre cada rincón de esta simple, caótica y sentida experiencia. Sea pequeño o gigante, cada momento describe la naturaleza de este evento, que pasó a la historia con los nombres de múltiples héroes y todavía más sobrevivientes. Cuando Dunkerque concluye, es difícil distinguir a uno de otro.

En 1940, había más de 400 mil sobrevivientes en la playa de Dunkerque. Había más de 400 mil héroes…

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