Crítica | Death Note (2017)

Un ritmo desmedido y una combinación de tonos eclipsan el potencial de esta adaptación de Netflix

Era inevitable. Era prácticamente imposible que una adaptación occidental del manga Death Note fuera bien recibida. Básicamente porque dicha fuente cuenta con una legión de seguidores (en la que me incluyo) muy defensora de su querida historia. Esto quedó demostrado al oír todos los gritos en el cielo cuando Netflix reveló su primer vistazo a Death Note, película que fue acumulando negatividad hasta su debut en streaming hace unas semanas.

Obviamente, el nuevo film de Adam Wingard (The Guest) terminó masacrado por los fanáticos y gran parte de la prensa. Lo cual no es desmedido, dado que Death Note efectivamente es una película problemática, es todo un descontrol que intenta y falla. Sin embargo, enfocándome en la ira de los seguidores, gran parte de su odio proviene de lugares incorrectos, esos centrados nada más que en la fidelidad de la adaptación. Un descuido, porque la película es superior cuando descubre como desligarse del material original, momento en el que la pantalla da esbozos de ideas admirables. Ahí surge mi propio enfado, con el desperdicio de las intenciones correctas.

En trama, Death Note propone su historia básica, en la que el adolescente Light Turner (Nat Wolff) encuentra un Death Note, un cuaderno perteneciente al Dios de la Muerte, Ryuk (Willem Dafoe). Dicho cuaderno tiene el poder de asesinar a la persona cuyo nombre sea escrito en sus paginas; una idea que tienta a Light y lo conduce en una cruzada personal para erradicar a todos los que hacen el mal. Sin embargo, tras la repentina muerte de diversos asesinos, violadores y secuestradores, la policía pone el ojo sobre este suceso, lo que preocupa mucho a Light, dado que su propio padre acaba metido en el caso. Y como si fuera poco, L (Lakeith Stanfield), uno de los detectives más brillantes del planeta, también se interesa en estos sucesos inexplicables. Eso pone en marcha un juego de gato y ratón en el que Light y L miden sus movimientos esperando a que alguien cometa un error.

Estoy dispuesto a defender muchos factores de Death Note, pero nada va a poder desviarme del hecho de que esta es una producción desordenada, apresurada y problemática. Las lineas principales son adecuadas, presentando un producto con ansias de crear y no solo repetir. Eso es lo destacable por parte de Netflix, notar que desea tomar una gran historia y hacerla suya. Ahora, sobre esa visión, hay pros y contras, y puedo asegurar que lo positivo hubiera creado una gran película. Es una pena que lo negativo lo destroce todo.

Antes de entrar en los problemas, hay buenas decisiones que permanecen intactas, como por ejemplo la atmósfera, la fotografía y la contratación de Adam Wingard como director. En vez de traducir Death Note detalle por detalle, Wingard intenta dibujar una suerte de película de terror exagerado, en la que sus extremos rozan las risas burlonas e intencionales. La cinta merece el crédito por muchas de las burlas que ha recibido, dado que este corto descontrol está al tanto de muchas locuras en pantalla. La música fuera de lugar, la sobreactuacion, la violencia extrema; todo pertenece a una visión buscada, el problema es que la misma no recibe el apoyo completo de sus creadores, y mezcla todo junto al relato esperable. Al respecto del mismo, la fuente siempre demostró una inteligencia importante, y su adaptación, si bien tiene dejes de buenas ideas, nunca es precisamente cerebral. Eso no es un tropiezo, siempre que se lo acepte. Cuando Death Note lo hace, el potencial es alto e incluso mejora la segunda mitad de este experimento.

Por supuesto, hablando tanto de potencial, queda claro que Death Note no es solo una decepción, sino que es una película construida sobre problemas graves. Esa gravedad puede ser resumida en un solo conflicto: la duración. Con 100 minutos de metraje, la narración es saboteada por una aceleración desmedida, que obliga a dar explicaciones vagas, esconder información y arruinar la atmósfera en general. El objetivo nunca se ve claro entre tanto movimiento y poco avance, lo que también limita el desarrollo y la posibilidad de ver una buena historia. Sin profundidad y sin mucho momentum, la mitad de la cinta se resume en un montón de imágenes que buscan prepararnos para un tercer acto sólido pero descartable frente a la desconexión. La velocidad con la que se mueve el argumento parece haber escrito el nombre de la película en su propio cuaderno, ya que se encuentra condenada desde que aparece el titulo y el acelerador toca el fondo. Puede que la velocidad funcionara con menos contenido. Aunque, como se presenta, no hay espacio para respiros y es fácil notar elementos que merecen ser suprimidos.

Por más que aprecie el esfuerzo de Wingard por tocar extremos y escapar a la fuente, el libreto nunca apoya la visión más arriesgada de esta adaptación. Por lo tanto, los tonos chocan y rebotan por doquier, lo que no ayuda a una película que ya tiene que lidiar con un ritmo agotador. Death Note es un descontrol que podría haber sido solucionado con más tiempo y un reconocimiento de sus conceptos sólidos. Quizá preferiría enterrar esta adaptación para siempre, pero cuesta sabiendo que había buenas ideas perdidas en un mar de malas decisiones y sencilla solución. Solo con lo que presenta, pudo haber sido algo muy memorable por las razones correctas. Hoy, sus fallos son evidentes y ni la mejor de sus dinámicas es capaz de rescatarla.

Puede que una posible secuela arregle su suerte, y si no lo hace, bueno, al menos tendremos otra instancia para admirar a Willem Dafoe como Ryuk, personaje que le sienta demasiado bien.

Death Note está disponible en Netflix.

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