Darren Aronofsky regresa bajo controversia con su película más divisora
Con una carrera exitosa, llena de obras que han dejado marca, Darren Aronofsky es un cineasta que ha adquirido la posibilidad de darle rienda suelta a su imaginación. Un permiso que pocos directores son capaces de ganar en Hollywood, especialmente con sus exigencias en torno a elencos y presupuestos altos. Por mí parte, no podría estar más feliz de que Aronofsky sea dueño de cierta carta blanca, teniendo formas intrigantes de llenar las lineas en blanco, como la que presenta este año. En 2017, las esperanzas en el director se transforman en ¡Madre!, película que cuenta con todas las características de un proyecto de pasión hecho realidad. La ambición y pretensión chocan en ese proyecto, invitando a que el espectador esté muy abierto al denso contenido encerrado detrás de las paredes de esta cinta. Pero, vayan advertidos, éste es un trabajo que recompensa a los que mantienen la paciencia terminados los créditos, quienes están dispuestos a desentrañar la lista de temas que Aronofsky escribió detalladamente. Si este no es su caso, entonces eviten esta película como sea, no obtendrán más que una mala noche.
A primera vista, ¡Madre! cuenta la historia de una pareja, interpretada por Jennifer Lawrence y Javier Bardem, que vive en una casa de campo alejada de la civilización. Él es escritor y ella se pasa el día reformando su hogar, labor que lleva haciendo por mucho tiempo, nada especialmente extraño. Sin embargo, su calma se ve interrumpida con la llegada de un huésped inesperado, que coloca los engranes en posición y lanza a este relato en una dirección muy diferente. No hay necesidad de que diga más, empezando porque no le haría justicia a ninguno de los detalles adicionales. Lo importante es que con esa trama puedo presentar el contrato que tiene esta ambiciosa cinta con la audiencia. Como experiencia, ¡Madre! es capaz de ofrecer tres películas en una, o un solo producto que no valga nada. Esas tres películas se encuentran en dónde uno esté dispuesto a mirar. La primera, aparece observando junto al personaje de Jennifer Lawrence (la intención principal), la segunda, centrándonos en el personaje de Javier Bardem, y la tercera, mirando lo ocurrido como si este fuera otra film de parejas, uno muy particular.
Darren Aronofsky escribió el guion de ¡Madre! como si fuera un campo minado de metáforas, porque efectivamente es imposible tomar lo que vemos como un producto de significado directo. Lo raro es que la metáfora no es única, ésta trabaja en distintos niveles sobre diversos elementos, que proponen un espacio amplio de descifrado. Porque, por más que Aronofsky tenga respuestas únicas a todo lo que pone en pantalla, es improbable que haya un solo camino a seguir para sacarle jugo a esta película. Hay temas demasiado amplios en la cabeza del guionista, que inmediatamente abren ramas gruesas en la narración. Por ello es imposible darle una respuesta singular a esta obra, por que no la tiene. Frente a esa ambición metafórica (lo cual es raro en el cine de Hollywood), cabe la posibilidad de que incluso las aperturas lleguen a un callejón sin salida. Algo predecible, notando que el film empaca temas amplios y delicados como la Biblia, la divinidad, las relaciones y la naturaleza. Habiendo tanto en el plato de ¡Madre!, la experiencia puede resultar pretenciosa para algunos, y frente a eso, el propio Aronofsky sería el dueño de la culpa. Sin embargo, también es culpable de darme una experiencia delirante y caótica en una primera visita, dueña de una recompensa adquirida con detenimiento y meditación.
Por más que sea difícil, dejemos de lado los significados y la narración para entrar en lo que la película consigue desde un punto de vista técnico. Durante 2 horas completas, Aronofsky se enfoca en un par de técnicas muy características de su cine: el plano medio de la espalda del personaje y el primer plano. Utilizando esa clase de imagen continuamente, el espectador es obligado a ver los hechos desde los ojos protagonistas. En este viaje, siempre estamos junto a Jennifer Lawrence, quien debe enfrentarse a un trabajo de cámara intenso que realmente invade su espacio. Ésta técnica y su constancia es difícil de digerir, al haber tantas imágenes que se pierden en los rincones más alocados. Aunque, hay ciertos momentos que si quedan frente a la cámara, y digamos que son especialmente impactantes. Es más, todas conducen a uno en especial en el que la cámara se rehúsa a girar y la intensidad se transforma en violencia.
Sobre lo audiovisual, no hay desperdicio en ¡Madre!, utilizando un lenguaje muy pensado que nunca abandona su constancia. El sonido es otro gran compañero de la experiencia, encontrando una banda sonora que carece completamente de música. Todo es orquestado por los sonidos alrededor de Lawrence, y los mismos son cruciales para elevar la tensión. Esa cercanía con la actriz, la indiscutible protagonista, es brutal, y la audiencia nunca pierde nada de su comprometida actuación, prestándose física y mentalmente a una filmación de clara intensidad. Obviamente, Lawrence es quién más se luce, teniendo que sufrir para el espectador con gran talento, pero cabe mencionar que Javier Bardem también tiene lo suyo, imponiendo un carisma sospechoso sobre un personaje que lo exige. El resto del elenco también merece mención, contando con aportes de Ed Harris, Michelle Pfeiffer, Domhnall Gleeson y Kristen Wiig.
En adición a lo comentado, la película también ofrece un espectáculo que balancea el terror y la comedia negra. La exageración y excentricidad es tan extrema que uno tiene permitido reírse de algunos hechos que agobian fuertemente a la protagonista. La entrada de su tercer acto también es motivo para sentir toda clase de emociones, apretando el acelerador y llevándonos por un viaje que debe verse para ser creído. La demencia que Aronofsky pone en pantalla durante la última media hora es fascinante, obteniendo instantes de gran cine a partir de una de sus ideas más alocadas. Y lo crean o no, en ese desequilibrio final también hay una metáfora, y la misma roza la brillantez.
¡Madre! es ese raro caso dónde quizás es bueno saber más de antemano. Porque reconocer los temas en el menú de Aronofsky es crucial para acceder a los múltiples significados y locuras que tiene bajo la manga. A simple vista, él parece haber perdido la cabeza. Pero mirando de cerca, hay algo de valor ahí, una fuerza cinematográfica que lucha por la concentración del espectador, a medida que se lo mete en una experiencia delirante y posiblemente estimulante. La enorme producción y elenco son invertidos sobre una idea bizarra que requiere de enrome habilidad para funcionar, una habilidad presente durante la mayor parte de esta caótica pieza. No obstante, cuando los espectadores salten en contra de este film, realmente no podré justificar su calidad, ya que estamos ante un relato fabricado a base de metáforas tan ambiciosas como posiblemente pretenciosas. ¡Madre! está anclada a la subjetividad casi completamente, y llevará mucho tiempo definir su calidad de forma unánime. Ahora, por mi parte, se trata de una obra arriesgada, ambiciosa, excéntrica e intensa; un ejercicio denso que cuenta con factores impactantes a primera vista, los que esconden las verdaderas recompensas. Dichos premios son objetivamente cautivadores, por lo que está en cada uno decidir si buscarlos o no.