Crítica | La Forma del Agua (2017)

Guillermo Del Toro ofrece su mejor material desde El Laberinto del Fauno

Es un placer ver como Guillermo del Toro aun conserva su visión particular de la realidad. Que la haya llevado tan lejos y que aun sea mágica es meritorio, pero que la misma logre informar su cine de diferentes maneras es algo que solo un verdadero autor es capaz de lograr. A diferencia de lo que podríamos creer en terreno común, Del Toro ha logrado crear diferentes piezas a raíz de una sola idea personal, una que efectivamente llena los espacios de todo su cine.

Recientemente, su concepción adulta de la fantasía nos llevó a horizontes grandes en piezas más vistosas. Demostró lo inventivo que podía ser el mundo de un superhéroe en Hellboy, encontró gigantescas criaturas en Pacific Rim y visitó el mundo fantasmal en Crimson Peak. Cada película producto de un género especifico, que se abría puertas en la mente de su director, pero nada que funcionara al revés. Puedo decir esto porque siento que La Forma del Agua es la clase de película que nace en la mente de Guillermo Del Toro desde un lugar más puro, que comienza con su mejor visión fantástica y prosigue a introducirse en un ambiente clásico, bello, romántico, y cruel como el mundo real.

Una década más tarde, Del Toro por fin logra reproducir la clase de creatividad y cariño que fabricó su obra maestra, El Laberinto del Fauno. Eso no supone el trazo de comparaciones, pero sí coloca a La Forma del Agua en un circulo de excelencia cinematográfica especifica, uno que por poco fusiona perfectamente los caprichos fantásticos de su director con la belleza ideal de un romance. La parcialidad que le encuentro a este logro proviene de las hermosas cualidades de la película, de como éstas son tan sobresalientes que otras parecen menores en comparación. Salvo algunos puntos en la narración, La Forma del Agua es constante con su calidad, pero esas individualidades siguen comprometiendo la romántica belleza que caracteriza a esta pieza.

El relato en sí proviene del tradicional catalogo de fantasías de Del Toro, colocándolo en los Estados Unidos de los 60 y aprovechando las características de la época desde un plano argumental y nostálgico. La cinta sigue a Elisa (Sally Hawkins), una asistenta de limpieza muda trabajando en una base militar de investigación. Cuando una criatura desconocida llega para ser estudiada en uno de los laboratorios, la curiosidad de Nancy la lleva interesarse personalmente por la misma. Deslumbrada por su inusual belleza, el interés de Nancy la conduce a querer comunicarse con la criatura, pasar tiempo con ella, comprenderla al igual que ésta la comprende mejor que nadie. Ella se enamora.

La historia de amor que Guillermo Del Toro promete es el plato fuerte que tiene para servir. Con el romance, el director se pierde en un mar de verdades y rarezas, su habitual fuerte. El amor que fluye en esta película tiene múltiples direcciones, denotando un sentimiento puro entre personajes, y, no menor, un amor puro por el cine de otras épocas (esperen varios homenajes). Todo esto es proyectado por el foco más bello, el personaje Elisa, interpretado con cariño y mucho talento por Sally Hawkins. Desde el inicio en que vemos sus costumbres, Elisa encanta al espectador entre su sinceridad, humildad y valentía. Este personaje y la introducción de su romance son la clave para un primer acto ideal, cuya calidad es tan acertada que el resto pasa a ser menor en comparación. La Forma del Agua nunca se queda sin magia, sin embargo, ninguna de sus ilusiones es tan fuerte como el primer acercamiento al mundo que ofrece Del Toro.

Lo que deja la historia al lado de tanta belleza se resume en un argumento de fantasia marca Del Toro, dónde su único enemigo es él mismo. La narración que tanto fascina en un instante pasa a incluir viñetas que no están a la altura de otros rincones. Si bien está en su mejor terreno, el director y guionista parece demasiado cómodo con el material, al punto en que se permite algunos riesgos que terminan tanto en perfección como simple rareza. Para ilustrar este ejemplo, mientras una preciosa escena romántica desafía la física y proviene de un lugar mágico, otra secuencia en blanco y negro decide aparecer de la nada y decir mucho más de lo que debería. Como dije, Guillermo Del Toro tiene su mejor material en mucho tiempo, pero siente la necesidad de explotar espacios que no necesitan tanta exposición. Dicho eso, el director está asegurado, dado que las irregularidades siempre son rescatadas por la perfecta presentación del film, cubierta por un diseño de producción único, enredado en color y orquestado por una banda sonora hermosa de Alexandre Desplat.

Excepto por un personaje con una subtrama molesta, el libreto del film tiene un interés especial por sus personajes. Esto es llevado a un extremo dónde es posible notar el amor que el director siente por las personas en su historia. Quedó claro que el personaje de Elisa es bello, pero sus compañeros, Giles, interpretado por Richard Jenkins y Zelda, personificada por Octavia Spaencer también dejan su huella en el corazón del espectador. Jenkins en particular, encontrando un aire tragico y tierno en un rol que de verdad aprovecha sus siempre desperdiciadas habilidades. El villano tampoco es menor en las manos de Michael Shannon, recibiendo más atención de la esperada. Puede que incluso demasiada en el balance final.

Humanos y realidad aparte, Guillermo Del Toro sigue demostrando que su pasión es el cine de monstruos, y utiliza ese concepto de la mejor manera. Puede que El Laberinto del Fauno siga siendo su obra maestra, pero él canaliza el trato de esa película y lo aplica en La Forma del Agua. Esta cinta de fantasía madura cuenta un romance de proporciones mágicas, que casi exige más tiempo del que se le acaba dando. Con ese amor entre criatura y monstruo, las ideas de su artista fluyen con belleza y dejan salir su mejor trabajo en más de una década. Con un artista como Del Toro, es inevitable ver como agrega todos los colores en su mezcla, incluso aquellos que no son necesarios en la composición. Sin embargo, esa cantidad de colores es lo que hipnotiza en esta producción arriesgada, dueña de un relato más maduro que los romances habituales y más realista que las fantasías acostumbradas. Guillermo Del Toro siempre se caracterizó por poder darnos esas garantías en su cine, y en los mejores momentos de La Forma del Agua, él está en control completo de ese poder, de esa belleza que solo él es capaz de invocar.

2 comentarios en “Crítica | La Forma del Agua (2017)

  1. Hola, me podes indicar sí ya está en cartelera la película Tomb Readir, o cuando comienzan a recibirla en Montevideo , gracias

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