Valeria Bertuccelli debuta como directora y guionista con un estudio de personaje creativo pero poco efectivo
Con La Reina del Miedo, hay un atractivo que va más allá de la propia película, y es comprobar el verdadero talento de Valeria Bertuccelli; de cómo supera la actuación y la noción de que solo es capaz de manejar una clase de papel. Con esta obra, Bertuccelli se estrena como guionista y directora (co-dirigiendo con Fabiana Tiscornia), y demuestra entereza, protagonizando una producción de gran concepto, artística ejecución y un personaje ingenioso. Esas cualidades inyectan interés en esta opera prima y diseñan los tonos adecuados. Es una pena que el concepto se aproveche de su bienvenida y pierda el norte en más de una ocasión.
Bertuccelli presenta una gran protagonista en esta obra, tanto en papel como en pantalla. Ella introduce a Robertina, una celebre actriz de teatro a días de presentar su mayor reto: una obra ideada y protagonizada por sí misma. Frente a la presión de ese proyecto, la actriz empieza a rodearse de un pánico absoluto en todo aspecto de su vida, lo que incluye una críptica separación, una enfermedad cercana y la noción constante de que alguien irrumpirá en su hogar. Se trata de un rol paranoico impulsado por una crisis amplia, que Bertuccelli aprovecha por completo. Es así que la directora y guionista también se luce actuando, enseñando que tiene más talento de lo que demuestra habitualmente en cine. Es cierto que el rol de Robertina está forjado alrededor de las características esperables en una interpretación de Bertuccelli, pero ella despliega suficientes talentos como para agregar dramatismo a la formula. Es la propia Bertuccelli en pantalla quien garantiza algo que lucir en la película desde que inicia hasta que termina.
El talento de Bertuccelli en cámara es definitivamente superior a su guion, que mantiene una idea dramáticamente creativa y un tono que fabrica escenas memorables, pero también cuenta con un subrayado cambio de atención durante el segundo acto. En sí, La Reina del Miedo siempre piensa en su protagonista y su estresante pánico. La forma que tiene de hacerlo es construyendo distintas viñetas y conflictos, el único problema es que uno cambia demasiado el juego del film, al punto en casi desenfoca todo lo trabajado en la introducción. Durante un instante, parece que el relato pretende intercambiar su nudo, sin embargo, ese mencionado desvío de unos 30 minutos no cambia las intenciones de toda la producción, solo las enlentece. Se trata de un evento muy detallado que no juega con el mismo lenguaje que el resto, dónde lo ambiguo manda y la presión es cada vez más constante. La conclusión (por más que falle) es un claro indicio de que éste es un cine de factores enigmáticos y el estudio de un personaje particular. Ahora, el puente que hay en el segundo acto no se asocia a estas ideas.
Con un concepto sólido y correctamente ambiguo, Bertuccelli presenta un debut detrás de la cámara que demuestra un talento claro por encima de la actuación. No obstante, su interpretación y su personaje son los aspectos más subrayados en esta opera prima. Eso no descarta a Bertuccelli como cineasta capaz, porque La Reina del Miedo logra retener buenas escenas, buenos diálogos y una pronunciada actuación dentro de su relato desestructurado. Ocasionalmente, éste escucha la voz del arte, mientras que otras veces responde a un proceder más ordinario y menos aventurero. Cuando la obra ataca los miedos de sus protagonista, consigue que ella se abrace a un manto de indecisión que alimenta el análisis de personaje y dirige al espectador por un pasaje creativo. Si voy hacia atrás, eso ocurre más veces de las que prefiero recordar, sin embargo, es difícil acordarme cuando los instantes de desarrollo y conclusión se tropiezan abiertamente.