Crítica | Ocean’s 8: Las Estafadoras (2018)

Un entretenido plan termina alejándose del cine al que calca y se desploma narrativamente

Si algo me llama la atención en el cine del enérgico Steven Soderbergh, es que no se aprecia mucho su remake (en forma de trilogía) de Ocean’s Eleven, cinta original y mediocre de 1960. Traducido como La Gran Estafa, el remake de 2001 pasó a ser reconocido como un entretenimiento de estrellas y sonrisas que orquestaba un lujoso atraco. Era un juego de caras famosas, soportado por talento que daba para lucir en medio del ingenio, el color y el estilo. Todos factores algo superficiales, sí, pero fundamentales para construir una esencia particular que rodeó a tres entregas de calidad (si, incluyo a la poco querida Ocean’s 12 ahí). Es así que arribamos al lógico reboot/secuela Ocean’s 8, que propone otra dosis de estilo, un robo y la promesa de un reparto femenino. Hechos que dan para agasajar durante dos tercios de su justa duración, antes del instante exacto dónde nota que no solo el carisma hizo que Ocean’s 11 fuera un éxito. Ahí es cuando el elaborado plan se viene abajo.

Mirando la trilogía pasada, existía una lógica para llegar a Ocean’s 8. Ésta siempre fue una serie sobrecargada con masculinidad, por lo que la idea de dar vuelta la moneda era coherente. Así empezamos esta pseudo continuación, conociendo a Debbie Ocean (Sandra Bullock), hermana de Danny Ocean y otra criminal en prisión. Al igual que con su hermano en la primera entrega, Debbie demuestra que la cárcel no la ha reformado demasiado, saliendo para reunirse con su compañera Lou (Cate Blanchett) y poner en marcha un robo a gran escala: un golpe en la glamourosa Gala del Met. Eso sí, con dos ladronas no será suficiente, necesitaran, bueno, seis más…

En estructura y hechos, Ocean’s 8 tiene varias similitudes con Ocean’s 11. El personaje de Debbie está calcado de Danny, el plan ideado tiene múltiples intereses y la esencia introducida por Soderbergh en 2001 vuelve a ser protagonista. Eso no supone problemas para entretener, sin embargo, sus piezas no encajan en la formula del cine de atracos. Si todo fuera una copia, seguro sería más comprensivo con este reboot, pero ésta no es ninguna imitación de calidad. Durante dos actos, el argumento es servicial y ultra disfrutable, aunque también planta cimientos de cuestionable solidez. Por más que esta franquicia funcione a base de planes tan elaborados como improbables, la estrategia propuesta inmediatamente presenta lagunas. Lagunas compatibles con el entretenimiento, pero también eventuales abismos cuando el relato se ve obligado a mostrar sus lamentables cartas, decidiendo ser esclava de múltiples casualidades y comportamientos específicos de terceros.

Ocean’s 8 desconoce cuales son los ingredientes fundamentales de su propia formula. El elenco y las sonrisas siempre fueron fachada, una constancia para que los diálogos, las trampas y los personajes terminaran llevándose el botín. Aquí, esos tres elementos sufren en las manos del director Gary Ross y su propuesta femenina. Incluso teniendo 8 protagonistas en vez de 11, la nueva estafa carece de personajes memorables o particulares. La mayoría obedece a una habilidad o se aferra al talento de su interprete (Sarah Paulson y Cate Blanchett si se destacan), lo que dificulta el cariño del espectador. Eso tampoco sería tan grave si el plan ejecutado por estas ladronas tuviera más aristas. Durante toda la película, el personaje de Debbie hace énfasis en que pasó cinco años planeando este golpe, perfeccionándolo hasta que fuera infalible. Bueno, más que cinco años, yo hubiera apuntado más a tres meses, viendo un plan de acción que asegura controlar lo incontrolable y que encima incluye engaños al propio espectador.

Queriendo alejarme de las comparaciones con Ocean’s 11, este tambaleante pero entretenido robo conduce a un tercer acto distinto y extraño, que casi se enorgullece de su habilidad para tomar malas decisiones. Cargando con una lógica insatisfacción a resolver, la conclusión finalmente bosteza y decide desatar sus cabos con una tijera. Momentáneamente podríamos creer que quiere cambiar el esquema, pero la realidad demuestra que Ocean’s 8 no tiene ninguno. Su estructura es la de un cine de hurtos competente, solo que intercambia los peligros sentidos por la patética adición de conflictos resueltos en segundos. La clase de comportamiento narrativo que exige una reescritura de libreto.

Consiente de sus poderosos percances, debo admitir hay más de media película con el color y el carisma suficiente para sacar la sonrisa buscada. Admitiendo que ésta última apareció en mi propio rostro, no puedo anclarme a la negatividad y decir que no hay nada aquí. Porque hay un elenco fresco, una intención de recuperar el estilo de Soderbergh (una intención…) y un tono que debería tapar cualquier crítica seria. Eso si, incluso entre tanto tono ligero, el subestimar al espectador siempre está de más. Cayendo repentinamente, el supuesto ingenio de Ocean’s 8 juega en su contra, terminando en un punto pobre que no arruina su preámbulo pero si nos hunde en un mar de casualidades, el peor enemigo de una película con un plan.

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