Otro festín de ruidos fuertes y siluetas que cambian de lugar
James Wan se hizo con un nombre especial en Hollywood al aprovecharse de una victima fácil: el maltratado cine de terror. Apuntando a un público desaprovechado, podríamos decir que Wan es uno de los padrinos modernos del cine de horror de bajo presupuesto, garantizando éxitos con una formula constante y un precio económico. Al menos al principio. Luego de un par de aciertos, Wan empezó su propia colección de películas en 2013 a través de El Conjuro, lo que trajo ciertas diferencias a su juego, como por ejemplo su abandono de la dirección a favor de otros proyectos, presupuestos abultados y un nuevo molde de constancias. Es ese molde el que me interesa, ya que sus reglas si se mantienen sobre el universo inaugurado por Wan, ese que ayer podía presumir por El Conjuro y que hoy solo tiene la desesperación de Annabelle o, su nueva adición, La Monja.
No hay necesidad de darle muchas vueltas, al igual que Annabelle se descolgó de una subtrama de El Conjuro, La Monja se despega como largometraje de un fragmento de El Conjuro 2. Armada con una promesa casi inexistente, la película viaja a la Rumanía de 1952, dónde un cura (Demian Bichir) y una novicia (Taissa Farmiga) acuden a un llamado del Vaticano para investigar el suicidio de una monja dentro de una siniestra abadía. De por sí, el acto se ve extraño para los recién llegados, sin embargo, la pareja nota que hay algo más diabólico de lo que se ve a simple vista, el acecho de una tétrica presencia que no debe escapar. En forma de monja, por supuesto.
Analizándola bajo los estándares habituales del cine de terror, no es revelador decir que La Monja es un festín de ruidos fuertes y clásicas trampas para ese espectador interesado en subirse a una montaña rusa, no a un relato de cierto peso. Efectivamente, el quinto pasaje en esta serie de horror se asegura de que su audiencia no descanse, y se obliga a tener algo escondido en cada esquina. Esfuerzo que se vuelve desesperado, al punto en que casi rompe el record del efecto Abracadabra. Ya saben, cuando la cámara se mueve y los elementos desaparecen o cambian de lugar. Encima de esas elaboradas escenas de suspenso, el otro aspecto a repetir es el concepto que James Wan tiene del terror. Mirar La Monja me recordó a otra secuela de Wan, Insidious 2, dónde el énfasis vivía en una larga colección de monstruos, sustos y ambientes prometedores. Tal panorama me hizo fantasear con ver esa misma secuela sin los intentos de asustar, y La Monja toca un limite similar. Ofreciendo una acumulación desmedida, cierta risa interna y un tercer acto lleno de efectos visuales, hay instantes en que parece que estamos frente a una superproducción de acción tétrica, lo que suena mejor. Al menos así lo veo, estando en contra de malgastar un tercio de 90 minutos en hacernos saltar de la butaca.
Sobre su enfoque, le daré esto. Existe cierta consciencia entretenida sobre la naturaleza del producto, y su guion es el mayor enterado. Escapando de otra película que apenas le presta atención, se sabe que el personaje de La Monja no es suficiente para encarar toda una travesía. Así salta otra cualidad del cine de James Wan: el despliegue de espectros, fantasmas, monstruos y demás peones tétricos; lo que al menos trae variedad. Habitualmente estamos acostumbrados a que el personaje del título aterre a los protagonistas, sin embargo, La Monja luce su pereza y permite que sus múltiples lacayos hagan la mayoría del trabajo. Esto invoca a niños poseídos, serpientes, muertos con bolsas en la cabeza, zombies y un popurrí de monjas embrujadas. De hecho, sobre esas últimas, hay tantas que la mitad del presupuesto debe haber ido al departamento de vestimenta y la confección de los hábitos.
Por encima de lo es, creo que no pueden culparme por pedir algo de forma en La Monja. Con eso me refiero a un breve relato que marqué el camino, y la verdad es que el mismo es otra decepción. Ahora, su peor tropiezo proviene de su ejecución, más específicamente, el casting. El film propone a la joven y talentosa Taissa Farmiga como protagonista, lo cual es adecuado. Solo hay un problema, ella es la hermana de Vera Farmiga, la protagonista de El Conjuro, con quien comparte un parecido facial extremadamente notorio. Tratándose de una precuela, es imposible no pensar que Taissa personifica al mismo personaje que su hermana, más cuando la película muestra escenas de Vera Farmiga durante el inicio y la conclusión. La verdad es se trata de otra protagonista, con las mismas habilidades y con una edad que cuadra, pero otra. En fin, es confuso. Eso si, no tan confuso como el agregado del cura interpretado por Demián Bichir, quién demuestra ser inútil para la trama de manera hilarante.
Con tantas menciones a James Wan (porque claramente impone su sombra aquí), debo nombrar al verdadero director, Corin Hardy, quién forma un ambiente intimidarte y bienvenido después de tantos terrores en la modernidad. ¿Una abadía siniestra? Es una gran locación, y constantemente promete tensión entre sombras y pasillos estrechos. Ahora, luego de los primeros 45 minutos, ni el entorno puede rescatar al film de la completa monotonía. La segunda mitad hace un mejor uso de todos los elementos y ofrece un disfrute liviano, pero llega tarde, ya que el producto final pretender ser el esperado. Sobre esa anticipación, imagino que cada espectador sabrá si La Monja le dará lo que necesita, dado que este cine funciona de esta manera debido a que tiene su público. Eso si, mirándola con cierta seriedad, su calidad es bastante tétrica.