Crítica | Bohemian Rhapsody (2018)

Ni un biopic, ni un homenaje, ni un «Best Of»

En su gran climax, Bohemian Rhapsody, el tan esperado biopic sobre Freddie Mercury y la legendaria banda de Queen, toma el escenario del Live Aid de 1985 y ejecuta un show icónico que marcó historia. Y lo hace bien, tocandolo por completo y sin nada que lo interrumpa. Es algo majestuoso de ver, y aun así, nada de él eriza la piel, porque con sus dos horas previas, Bohemian Rhapsody no merece cubrir tan épico espectáculo. Para presentar tal proeza, primero hay que ganársela.

Con años de producción, promesas y la posibilidad de ver al ideal Sacha Baron Cohen en la piel de Mercury, Bohemian Rhapsody pasó por un umbral de formas hasta la versión que tenemos hoy, una que ni siquiera podemos acreditar a un solo director. Más allá de lo que podríamos imaginar como un biopic de Queen, esta película de Bryan Singer/Dexter Fletcher (Singer fue reemplazado sobre el final de la producción) carga con una tarea problemática desde el principio. No por tener que contar la historia del querido Mercury, sino por taclearla bajo un reflector bastante apagado. Uno que apenas ilumina los espacios profundos, y que opta por remplazar la oscuridad con los deseos más simples de los fanáticos de Queen. Esos que con solo escuchar los hits de la banda esbozan una sonrisa. A cierto punto, yo soy uno de ellos, por lo que tampoco era difícil captar mi atención, o distraerme. Pero al mismo tiempo, es complicado disfrutar con vagas decisiones, ligeros personajes y una falta de información relevante. Mientras presenciaba como la banda creaba mágicamente otro de sus múltiples éxitos, lo vi. Éste no era un biopic, era un delgado homenaje. Un karaoke con pelucas y maquillaje.

Lineal, Rhapsody va de A a B bajo un lente fugaz, pasando por todos los aspectos de Mercury (Rami Malek) que el espectador quiere, hasta que solo propone narrar instantes reconocibles a kilómetros. Pero si algo hemos aprendido, cuando todas las escenas apuntan a lo icónico, nada termina siéndolo. Aquí hay una obligación por mostrar los orígenes de aquello que el público conoce, lo que supone desechar cualquier sorpresa. Este biopic no pretende que conozcamos a Queen o a su vocalista, sino que resume los hechos triviales, como el momento en el que se creó Bohemian Rhapsody, We Will Rock You o Antoher One Bites the Dust. Si, las tres. Porque aparentemente todas fueron creadas milagrosamente. Queen entraba a grabar y fabricaba un éxito en un abrir y cerrar de ojos. Así parece a medida que el film nos mete en un estudio y todo surge de la nada. No solo se ve tonto a la tercera canción, sino que es la perfecta metáfora de lo que hace este proyecto, contar historias llenas de nada.

Ya que es imposible evitarlo (sospecho que si pudiera lo haría), Bohemian Rhapsody también apunta a temas más relevantes o personales, los que viven más allá de las tontas viñetas. Aunque no quiera admitirlo, la película responde a Freddie, y en ello se topa con partes esenciales de su historia: su homosexualidad y su triste fallecimiento. Sin embargo, ambos aspectos reciben un tratamiento pésimo. El primero gira entre la controversia y el desinterés, pero nunca responde a ninguno, lo que lógicamente pierde cualquier angulo dramático. Por su parte, la muerte también daría lugar para análisis, pero inmediatamente se pierden las esperanzas cuando una escena enfrenta a Mercury con una televisión hablando acerca del SIDA al tono de una balada triste. Si así va a introducirse un fallecimiento de peso, entonces es mejor no mencionarlo. Esa clase de elecciones tocan el limite de la obviedad, no solo por contar la versión más floja del hecho, sino por narrarlo tan pobremente. Mientras la técnica se enorgullece de su energía, la narración baja la cabeza y empuja cualquier conveniencia que garantice seguridad. Tanto que uno mismo se cuestiona las razones para formar un biopic sobre Freddie Mercury. O incluso Queen, banda que escapa de la sala con toda su prestigio intacto y nada que la haga más interesante. Porque, a diferencia de lo que cree el film, el conflicto provoca interés. La genialidad de Queen es innegable y esta película no se atreve a cuestionarla, pero inconscientemente lo hace, solo por no encontrarle profundidad.

La pieza que lanza a la película en otras direcciones es Rami Malek, quien llega lejos interpretando a Freddie Mercury. Su entusiasmo se excede tanto que la actuación incluso se vuelve caricaturesca por momentos, al punto de estropear algunas escenas iniciales. Sin embargo, la segunda mitad le da mejor material, uno que moldea y permite demostrar que el papel no le queda grande. Incluso con tropiezos, es quien sale mejor del proyecto, especialmente cuando su maquillaje mejora y su aspecto vende a un Mercury más creíble. A medida que se prepara para el concierto final, la imagen del vocalista es ideal, solo que por dentro está vacía. Por ello, la espectacular recreación del mencionado Live Aid 1985 resulta ser una frutilla sin una torta en la que apoyarse. No importa que su trabajo técnico sea envidiable, calcando 20 minutos de historia musical, cuando el cronometro empieza a seguir el concierto, inmediatamente notamos que no hay nada en el medio que sirva de adversidad. Por más espectacular que sea el show, la falta de emoción supone una falta de justificación para incluir esta magnifica secuencia. Realmente, cuanto más largo es el concierto, más cuesta asimilarlo, y lo que es peor, más duele verlo en este biopic a medio pelo. Sin ganas de profundizar, Bohemian Rhapsody tiene dificultades que hasta la separan de la más básica recopilación de éxitos.

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