Crítica | El Vicepresidente (2018)

Adam McKay y Christian Bale encabezan una descontrolada y contemporánea sátira política para ciertos gustos

Varados en una era de acusaciones públicas y pocas condenas oficiales, es apropiado y a la vez necesario que arribemos en una comedia negra tan despiadada, dura y contemporánea como lo es Viceel nuevo trabajo estilizado del cineasta Adam McKay, quien se dispone a satirizar y subrayar una serie de escalofriantes crímenes políticos que transformaron la historia. Bajo una percepción agotada de secretos a voces, este es un extraño biopic que llena su arsenal de herramientas pero esquiva su blanco, al no poder quebrarlo del todo. Pero lo irónico es que ese mismo desconocimiento termina transformado en horizonte, descubriendo que el interés se encuentra en una despiadada figura bajo sombras. Un solo hombre, no una administración. McKay vuelve a dejarnos entrar en su salón y prepara otra lección pesimista de ingenuidad y abuso de poder que se desprende de Richard «Dick» Cheney, un empresario, un político, un hombre de familia, un monstruo…

Muy alejada de una biografía lineal o fiel, Vice es una obra que pretende armar un puzzle cuyas piezas permanecen y permanecerán perdidas detrás de las puertas de la Casa Blanca, en dónde Dick Cheney, vicepresidente de la administración Bush entre 2001 y 2009, trabajó por encima de su puesto y se convirtió en titiritero. ¿De qué? Bueno, aparentemente de todo. Con ese interés por acusar, Vice resulta un despiadado film de denuncia, que recorre la vida de Cheney pero también dispara en muchas direcciones adicionales, algunas dudosas y otras irrefutables. Ésto crea un volátil experimento satírico que sacrifica parte de su credibilidad por efectividad. El propio McKay sabe que está en un extremo, pero también reconoce que no hay otra forma de presentar esta película.

Frente a su caótico panorama, Vice ofrece ciertas seguridades que balancean el golpe que pretende dar McKay. El director recupera su astuto estilo demostrado en La Gran Apuesta y lo impone sobre un terreno mucho más escurridizo, una presentación de Cheney compuesta por trozos reales y otros supuestos. Algo alejado de lo ideal para un biopic, pero perfecto para este circo, dónde la realidad y la excentricidad se hacen uno. Incluso con su truco más desesperado, el método y su autor son una garantía, pero su seguridad termina en el elenco traduciendo el denso, dialogado y demente libreto. Cada pieza del reparto es perfecta y abre la puerta a una serie de pequeños aportes por parte de grandes actores, quienes sirven de entrante para la magnifica encarnación principal. A punto de entrar en su fascinante naturaleza, no hay manera de hablar de Vice sin antes mencionar la transformación de Christian Bale en Dick Cheney. La infinita fisicalidad de Bale (y su maquillaje) transporta la película a otra liga, encontrando la clase de compromiso que habitualmente hace a un biopic. Con Bale realmente bastaría. Aunque esta vez, no se trata de una interpretación volcada al drama y listo. No, es una personificación profunda en una película creativa.

El acercamiento de Adam McKay tomó forma en La Gran Apuesta, pero su nueva jugada empuja la idea más lejos. Quizá hasta el punto de no retorno. Con un montaje totalmente demente, Vice combina géneros y herramientas hasta convertirse en una suerte de video-ensayo fantástico, dónde la ficción, el documental y los quiebres de la cuarta pared se entreveran entre sí hasta no entender su posición. McKay repite su formula a la perfección, no obstante, la sola densidad y delicadeza de este relato comprometen al estilo para que se atreva a más. McKay y Vice no están aquí para disculparse. La sola meta del film es compartir sus esenciales hechos sin aceptar una sola duda cómo respuesta, y esa actitud se apodera del film, que piensa en ideas y las utiliza hasta el quiebre. La mejor forma de apreciar su estrategia es analizando su humor. Sabiendo que nada aquí es un chiste, porque realmente no debería serlo, la película termina convertida en una comedia negra de componentes ácidos, dónde el efecto dependerá del espectador y de su estomago para apreciar la creativa locura, cuya inquietud roza niveles sorprendentes. A medida que la cinta cuenta la historia de Cheney, y admite que en ella hay huecos y dudas, su sentido del humor llena el resto, sacando trucos de la galera, jugando con tragedias y creando una realidad cinematográfica bastante única. Eso sí, Adam McKay no se burla de todo lo que está contando. No, incluso bajo sus más creativas y cómicas decisiones, él suena furioso, y esa furia se transforma en una clara pasión por Cheney. Una que fascina en todo momento. Sea cual sea el tono o el instante histórico retratado.

Vice es la clase de cine que debería llevar una advertencia sobre su disfrute, viéndolo actuar de formas posiblemente agotadoras para algunos. Ahora, por más que admita que cruza la línea en más de una ocasión, su choque de conceptos termina siendo la mejor forma de escuchar lo que tiene para decir, más cuando lo oímos bajo una soltura única y sin perdones. Trazando una narración ultra contemporánea y consiente de sí misma, Vice empaca decenas de metáforas y chistes para abordar una de las horas más oscuras en la historia estadounidense (y mundial), una con varios puntos a tachar. ¿El título en la lista? El nombre de Dick Cheney, una figura política de siniestro poder y la clase de personaje que inmediatamente suena moderno en el ambiente político actual. El descontrol termina siendo la consecuencia y el objetivo de McKay, sembrando cómica anarquía sobre su protagonista y describiendo una sátira política que piensa, arriesga y funciona. Pero, por encima de todo lo demás, importa.

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