Un videojuego que recibe cariño
Habitualmente no suelo referirme a la maldición del videojuego en el cine. Ya saben, esa que aparentemente provoca fracasos en las adaptaciones de juegos digitales. Porque, llamarla maldición implica una fuerza mayor por encima de cada proyecto, pero la realidad es que los problemas suelen estar a la vista. Simplificar el material o subestimarlo suele ser el arma preferida de esta condena, y creo haber luchado demasiado con ella. Tanto que el desgaste me llevó a señalar a más de una adaptación regular como la pionera en este tipo de película problemática. Bajo mi criterio, la maldición había sido quebrada hace tiempo, pero ahora me gustaría quitarle el título a cualquier cinta que haya superará mis bajas expectativas en el pasado, porque hay una nueva campeona. Bastante perfilada para un caos e imposible traducción entre personas de carne y hueso, Pokémon: Detective Pikachú triunfa por tomar decisiones coherentes dentro su fuente, a la que intenta honrar de la manera más adecuada. Pensando el mejor paso para una adaptación justa, no hay nada fantástico en esta simple aventura, pero hay un claro respeto y cariño que apunta a cierta dicha. Creo que es la primera vez que puedo decir eso de una adaptación de un videojuego, la fuente menos aprovechada por Hollywood.
Uno puede notar lo contemporáneo al ver la forma en que los entrañables Pokémon finalmente aterrizan sobre las salas de cine. Tratándose de un videojuego con más de 40 títulos y una celebrada serie animada, la idea de una película siempre estuvo en el aire, sin embargo, eso también implicaba una cuestión de forma. ¿Cómo presentar a estos monstruos de bolsillo de forma creíble? No había demasiadas respuestas, por lo que casi se ve valiente toparse con el inicio de Detective Pikachu, que se preocupa por transportar el mundo Pokémon de la manera más fiel, sabiendo que eso también implica cambiar. Desde su primer videojuego, Pokémon siempre funcionó como un simulador elaborado de «peleas de gallos», atrapando diferentes criaturas para enfrentarlas entre sí. Personalmente, no entraré en la delicadeza de ese tema, pero lo interesante es que Detective Pikachu tampoco lo hace, concentrado en lo que mejor vende su universo. Pensando tanto en el espectador verde como el entrenado, la película se centra en Ryme City, sitio dónde los Pokémon viven en armonía junto a los humanos, sin necesidad de pokebolas ni combates. Entramos a la ciudad junto a Tim (Justice Smith), un joven tras la pista de su padre desaparecido, cuya única salvación le pertenece a un pokémon especifico, un Pikachu parlanchín y adicto al café. Si eso no suena a la base de Pokémon (las mencionadas luchas de gallos), es porque la cinta escoge el mejor perfil para cine, y en el proceso toma la mano de un pokémon parlante como arma principal. ¿Es una arma desesperada? Quizá, pero también es lo que más resalta de esta aventura.
Que ablande las cosas para los menos adeptos no significa que Detective Pikachu no sea un producto con un público en mente. Si no me he esforzado en desarrollar esta fuente es porque el film tampoco lo hace. Incluso con un acercamiento cuidadoso, la película requiere de un conocimiento previo, lo que tampoco es un error. Valorando a Pokémon como un producto difícil de explicar en 105 minutos, la adaptación sacrifica la completa generalidad a favor de su material. Sí, éste sigue estando simplificado, especialmente al lucir a un pequeño porcentaje de los infinitos Pokémon y sus respectivas características, pero eso ya es mucho para agasajar.
Con pocas opciones, Detective Pikachu escoge un detalle extraño para presentar a cada criatura. Dicho aspecto apuesta por cierta realidad sobre lo caricaturesco e impone caricaturas sobre lo real. El resultado es un mundo parcialmente estilizado (y con mucho neón) que visualiza a los pequeños monstruos con toques reales, que venden el concepto sin sacrificar los diseños originales. Desde el inicio, hay un importante deseo por convencernos, y diré que eso garantiza sensaciones gloriosas y pésimas. Es un hecho, un instante puede parecer recortado de un film realizado sin presupuesto mientras otro nos deslumbra por la perfecta traducción visual. Eso último casi siempre es una garantía cuando el Detective Pikachu está en pantalla. Siendo el protagonista, hay un obvio cariño por este Pokémon, y el mismo se nota, creyendo cada uno de sus movimientos, detalles y, bueno, palabras. Sobre ellas, quedamos a mereced de Ryan Reynolds, generalmente una garantía. Probablemente haga un gran trabajo aquí, especialmente al ser uno de los elementos a vender, pero no puedo opinar al enfrentarme a la versión doblada de la cinta, algo que pudo estropear mi experiencia.
La credibilidad de este universo varía dependiendo de luz, diseño y otros tantos factores que rotan entre escenas. Como por ejemplo el guion, que orquesta tramas con capacidad para exprimir más. Eso sí, al igual que encontramos simple excentricidad también atrapamos algo de emoción en el centro, lo que tacha mucha de la monotonía que pesa sobre la mitad del asunto. Aunque fallida, o al menos no tan disfrutable como cree, esta versión de la propiedad más extraña de Pokémon justifica su existencia al poder traducir lo básico de forma convincente, apostando por lo simple a favor de vender su entorno. ¿El cine estaba listo para acoger a los Pokémon dentro de un mundo real? Detective Pikachu cree que sí y prosigue a darnos un caso convincente, uno que debe apelar a ciertos conocimientos o enfrentar sacrificios, pero que despide cariño por su material.