Una batalla en una guerra que no termina
Ridley Scott no es un extraño frente al cine épico gracias a los gigantescos despliegues de propuestas medievales como Cruzada, Robin Hood, su épica clásica Gladiador, o su intento de épica bíblica, Éxodo: Dioses y Reyes. Incluso en sus fallos, Scott ha sabido controlar películas que, especialmente hoy, obedecen a una clase de superproducción perdida en el tiempo, aquella viviendo a merced de escalas inmensas, de luchas legendarias y de conflictos enriquecidos por el funcionamiento de otras épocas. Es necesario reconocer a Scott como un cineasta capaz de controlar una épica, porque su nuevo esfuerzo en el género, El Último Duelo, alude a esa confiable energía sin ser absorbida por la misma. El toque confiable del director es una delicada fachada para condenar valores del pasado y construir un duro reflejo de la actualidad, una historia real presentada por tres puntos de vista que arriban a un poderoso relato de empoderamiento y sufrimiento femenino, capaz de decir las cosas correctas sin olvidar la época en dónde toma lugar. Centrada en un enfrentamiento épico, la película pide al espectador que escoja uno de dos bandos, pero su verdadera virtud está en reconocer la tercera opción: comprender que la naturaleza de su combate nunca traerá justicia ni finales felices.
Presentada entre rivalidades, traiciones, batallas sangrientas y la promesa de una lucha a muerte, El Último Duelo es básica desde afuera, al punto de hacernos desconfiar de sus intenciones y la capacidad de su ingenio. Basada en la historia real del último duelo aprobado por el sistema judicial de la Francia medieval, la película se centra en los hechos que dieron lugar a dicho combate oficial. La historia se construye con tres capítulos, tres ópticas de tres protagonistas, los dos caballeros enfrentados (Matt Damon y Adam Driver) y la esposa de uno de ellos (Jodie Comer). Esos puntos de vista equivalen a una serie de escenas repetidas, que proponen un interesante camino hacia la secuencia a la que refiere el título. El Último Duelo es meticulosa con su idea, proponiendo diferencias peculiares entre los tres episodios. Algunas son obvias mientras que otras (las mejores) resultan muy sutiles. Es una forma de narrar que recompensa la paciencia pasada la primera mitad, no por regalarnos información valiosa que transforma todo lo demás, sino por confiar en el efecto de esos diferentes puntos de vista. Lo que inicialmente es la promesa de una batalla se vuelve un vehículo para centrarse en la parte femenina de esta historia. Cuando el duelo en cuestión toma la pantalla, la intensidad acumulada sobrepasa a la lucha en sí misma. Aun considerando cada uno de los devastadores golpes y la violencia que proporciona esa escena final, nada es tan contundente como las verdades y los compartimientos que se van revelando de camino al día de la batalla.
Es ingenioso considerar este trozo de historia para obedecer a los intereses a los que responde la película. Desde su comienzo rutinario, es fácil imaginarse otra épica tradicional dirigida por Ridley Scott. La obra está llena de escenas clásicas que parecen haber escapado de esa clase de cine. Una película de simples rivalidades está expuesta en El Último Duelo, porque su presencia es requerida para deconstruir las bases de la superproducción épica, le es necesario ser lo que no es para resultar más efectiva. Esa narración tradicional enriquece la historia, la hace accesible y carga con el dolor que evoca la travesía: las dificultades de una mujer en un mundo de hombres. La estrategia expuesta funciona por sus ritmos pasivos, por como enciende su mecha y va acercándose a un destino imaginable pero sentido en base al uso de los tres puntos de vista. La propuesta es repetitiva porque debe serlo, porque en la reiteración encuentra la forma de ser tan sutil como evidente. El Último Duelo propone un cimiento invisible que resulta incuestionable y poderoso durante su tercer acto, dónde se consideran elementos completamente olvidados por otras historias similares. Sí, la épica escala de los tiempos pasados es lo que suele mover a este cine, sin embargo, parte de ese pasado también suele pasarse por alto cuando el interés está en los caballeros, las espadas y las guerras. Sobre los caballeros, la película también destaca por su brillante elenco. Matt Damon y Adam Driver resultan ideales para interpretar a los hombres de la contienda principal, Jean de Carrouges y Jacques Le Gris, mientras que Ben Affleck destaca como el carismático conde Pierre d’Alençon, personaje que da color a cada escena en la que aparece. Ahora, ninguno de ellos puede eclipsar a Jodie Comer como Marguerite de Carrouges, quien deslumbra sufriendo en silencio y levantando su voz. Su participación es perfecta, brillando gracias a la posibilidad de matizar sus emociones en relación a varios puntos de vista.
Con un título como El Último Duelo es injusto olvidar el esperado combate. Como mencioné, el poder de la película está en otro lugar, pero la lucha principal sigue siendo una gran respuesta al drama acumulado. Es un perfecto despliegue para las manos confiables de Scott, quien exprime los golpes hasta crear un espectáculo de sangre y violencia que juega con la tensión en el aire. Es un duelo soberbio en pantalla que a la vez no se disfruta, porque finalizado, demuestra ser una batalla más en una guerra que no termina. Aunque el título refiera al duelo, la película refiere a esa guerra. Es una crónica de dolor y valentía femenina, que aprovecha sus raíces de cine épico para cuestionar las tradiciones de ese género y reflejar realidades más actuales. Su modo de operar parece habitual, y esa es su virtud, el contar con una fachada que se va destapando con habilidad y que, incluso anticipada, golpea muy fuerte. El Último Duelo despliega tres perspectivas que brillan por su orden, que entienden cuando es momento de ser delicado y cuando toca ser directo. Es una combinación devastadora, porque se puede disfrutar de su drama, tensión y despliegue épico, pero es imposible abandonar la experiencia sin un sabor amargo.