Crítica | Doctor Strange en el Multiverso de la Locura (2022)

Una voz en el caos

Cada vez que hablo de Marvel Studios y su extensa serie de películas, todo se convierte en un debate sobre formulas. Me refiero a la reiteración establecida por entregas cada vez menos vivas y más obligadas, un esquema repetido para mantener el éxito de una franquicia que debe entregar unas dos o tres películas al año para mantener su éxito y relevancia. La repetición ayuda a señalar los problemas, encontrándola en películas como Black Widow o Eternals, dos resultados que mostraban los puntos más agotados y desesperados en este masivo experimento cinematográfico. Convencido de que solo quedaba repetición para Marvel, admitiré que las formulas también pueden ofrecer ventajas. Es injusto valorar una película en base a expectativas, pero a este punto, el cine de Marvel cuenta con un legado que altera nuestra opinión de cada entrega. Observando a esta franquicia en su momento menos inspirado, Doctor Strange en el Multiverso de la Locura resulta una oda a la creatividad. Considerando lo que la rodea, al menos su cine está vivo, siendo atractivo incluso tras fallar en varios frentes. Es el tipo de resultado que demuestra la importancia de tener una voz detrás de la cámara, una voz con permiso para hablar.

Como secuela de aquella lejana Doctor Strange de 2016, es fácil mirar el concepto en juego y considerarlo original, creativo o ambicioso. Es cierto, su trama centrada en la existencia de múltiples universos es algo con infinitas posibilidades. En términos narrativos, hay elementos aprovechados aquí, obviamente desde el momento en que un nuevo personaje entra en escena y le da una excusa al hechicero Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) para transportarse entre realidades y salvar toda clase de vidas. Para resumir adecuadamente la trama es necesario contar con el conocimiento proporcionado por decenas de entregas anteriores, ahora, el mismo no es necesario para apreciar el valor cinematográfico en pantalla. Alejándose de lo insípido, abrazando la excéntrica trama y perdiéndose en ideas que se asocian más al terror que a la acción, la oferta está dispuesta a lucir algo de valentía. No hay una cohesión perfecta, así como tampoco existe una completa libertad para el director Sam Raimi (Evil Dead, Spider-man), pero el permiso que obtiene de Marvel le permite alterar las costumbres.

Si delimito cada hecho en el libreto de Michael Waldron, la segunda aventura de Doctor Strange se convierte en un caos de ideas aprovechadas, algunas tontas y otras carentes de desarrollo. La ejecución suaviza las caídas cuando hay algún tropiezo. El lenguaje prestado del terror se convierte en una constante pasada la primera hora, y la misma enseña lo que es posible cuando Marvel realmente abraza algún tipo de diferencia. Es necesario perderse en un género, no solo jurar ser parte del mismo. No todo error del pasado ha sido erradicado. La necesidad de introducir cameos, contar chistes o hacer promesas para el futuro sigue estando vigente, solo que vemos esos caprichos combinados con momentos más excéntricos, una cámara viva y un montaje con ideas propias. Los permisos obtenidos por Sam Raimi traen esas ventajas y también están detrás de momentos más cuestionables. Las peores partes de este multiverso siguen estando en los lugares comunes pero eso no quiere decir que las ideas mas ambiciosas no traigan interrogantes. Por especificar, uno de los múltiples combates opta por ser original y utiliza notas musicales como fuente de cada ataque. Sin detalles, eso suena perfecto y único, en ejecución, su literalidad y falta de lógica lo convierten en algo sumamente tonto. El único asombro ahí proviene de las agallas para mantener esa escena en el corte final. Aun queda aprecio en esos intentos más exagerados, en ese deseo por proponer alguna novedad cinematográfica en un molde muy estático. El debate acerca de las voces en Marvel Studios es eterno. James Gunn, Ryan Coogler o Taika Waititi han logrado soltarse de las ataduras mientras que la reciente ganadora del Oscar, Chloe Zaho falló con su insípida Eternals. Raimi está presente en lo que vemos, por momentos entregado como en su trilogía de Spider-Man y en otros preparado para cumplir con los habituales deberes de esta franquicia. Incluso viendo las reglas estipuladas, la voz se escucha y tiene algo para decir en medio de una superproducción bastante caótica.

Es fácil limitarse a Marvel cuando hablamos de poca de imaginación entre superproducciones, pero lo cierto es que la falta de filo o creatividad abunda entre las propuestas más caras de Hollywood. Doctor Strange en el Multiverso de la Locura esconde su desorden al intentar hablar con un lenguaje cinematográfico ocasionalmente particular, por conseguir que escuchemos otra voz en la aventura tradicional. En 2016, tras repetir varias tramas, la llegada de Doctor Strange al universo de Marvel Studios supuso una llave hacia nuevos horizontes, tanto visuales como conceptuales. Por ello es adecuado que su primera secuela trate de empujar un poco los limites, de abrazar cualquier cosa que escape a las agotadoras ataduras de esta franquicia. Las formulas necesitan ser revitalizadas incluso si funcionan. En algún momento, esa noción era una obligación para esta colección de películas vinculadas entre sí. No creo que Doctor Strange en el Multiverso de la Locura sea un augurio de un cambio, de mejores horizontes, aunque muestra lo que es posible entre libertades. No es necesario vagar entre diferentes universos, las voces que tenemos en este pueden ser fascinantes. Solo hay que escucharlas.

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